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miércoles, 19 de diciembre de 2007

35 discos que me hicieron otro (en el orden que me vienen al cerebro)

1. radiohead - ok computer
2. bob dylan - desire
3. john frusciante - shadows collide with people
4. pink floyd - animals
5. pescado rabioso - artaud
6. r.e.m - reveal
7. the beatles - revolver
8. neil young - harvest
9. dean martin - long lost reprise hits
10. guns and roses - use your ilussion I and II
11. pearl jam - ten
12. joe strummer and the mescaleros - global a go-go
13. the raconteurs - broken boy soldier
14. roy orbison - for the lonely
15. andres calamaro - honestidad brutal
16. george harrison - all things must pass
17. depeche mode - violator
18. the killers - hot fuss
19. johnny cash - at folsom prision
20. metallica - black album
21. the rapture - pieces of the people we love
22. led zeppelin - IV
23. oasis - standing on the shoulders of giants
24. lauryn hill - the miseducation of lauryn hill
25. the clash - the clash
26. 'streets of fire' soundtrack
27. beck - odelay
28. green day - dookie
29. 'o brother where art thou?' soundtrack
30. michael jackson - thriller
31. fito paez - ciudad de pobres corazones
32. the oliver stone connection
33. 'reservoir dogs' soundtrack
34. arcade fire - funeral
35. the essential alfred hitchcock

domingo, 9 de diciembre de 2007

La aguja en el ojo


Para mi todo empezó la madrugada del 25 de agosto de 1995.
Tenía 13 años.
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Estábamos todos reunidos en el cumpleaños de Nicolás Martinez, un amigo de la época. Cuando digo todos, me refiero a todos los muchachos porque, lamentablemente, no asistieron chicas al evento (no recuerdo por que). Forzados por el aburrimiento, decidimos unánimemente ir al video y alquilar una película. Al llegar, la señora que atendía nos recomendó dos. Una que no recordaré jamás, y luego el título más raro y atractivo que había escuchado: 'La naranja mecánica'. Como todo muchacho, al principio creía que estaba hablando de un documental del gran equipo que supo tener Holanda o el glorioso equipo del sur, Berazategui (que por eso entonces solía ser llamado así); y que lamento decir, estaba en mucha mejor posición que ahora.
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Algo oculto había en ese título.
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La pusimos ni bien llegamos, nos sentamos y ya cuando empezaron los títulos de colores cambiando con cada golpe musical estaba entrando en un mundo absolutamente nuevo y prohibido. El primer plano de la película con la cara de Alex DeLarge, y ese zoom+travelling lento y eterno fue como una aguja directa en mi pupila.
Algo definitivo pasó en mi cerebro y, supongo también (porque negarlo), en mi corazón.
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Un momento irrepetible y abismal, el aleph mismo en la 120 esquina 9.
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A decir verdad, tampoco entendí mucho en aquella primera visualización, pero me generaba algo esa película. Algo violento, algo primal, algo adolescente quizás.
Para ser más sincero aun, no creo que me haya gustado esa película la primera vez que la vi.
Si... ahora me acuerdo bien, la apagamos y salimos a caminar por la calle de noche. Aunque despotricamos contra la película, fuimos varias cuadras caminando (hacia el videoclub), pateando bolsas de basura, rompiendo botellas, tirando cascotes a las casas.
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Algo había pasado, y esa película nos lo había hecho.
A mi particularmente, esa noche y esa película me cambiaron la vida.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

¿Cuál es el puto problema con las películas de amor?

No lo entiendo. ¿Nos dejaron de gustar las mujeres? ¿Acaso no deseamos que nos pase algo así aunque más no sea una vez en la vida? ¿Acaso no queremos aparezca esa chica que nos entienda, nos haga reír, nos guste y nos haga hacer las cosas más impensadas sólo y por el único propósito de que se fije en nosotros? ¿O soy sólo yo?




Naaahhhh, no lo creo. Háganme el favor y vuelvan a ver Casablanca. Hay que tener huevos para hacer que dos personas se quieran así. Si, dije huevos. Y sino les gusta las pelis blanco y negro, o les parece que Humprey Bogart habla medio raro, o les aburren las de la segunda guerra que no tienen batallas; les tiro otra (un poco mas moderna): me bajé hace poco la primera temporada de una serie yanqui excelente que se llama 'Studio 60'. Al final del capítulo 5 hay una escena de amor puro, sin siquiera un beso en ella, que está tan bien escrita y tan bien actuada que lo pone a pensar a uno. ¿Por qué no vemos más seguido algo así? ¿Es tan difícil? ¿O es sólo el tonto miedo a lo cursi? ¿Y los cojones dónde están, eh? Y no estoy hablando de películas a lo Subiela, estamos claros en eso, no hablo de 'la poesía del amor', ni nada rimbombante. Hablo del amor en serio, cuando te pasa y no lo podés evitar. No hay mucho fuego artificial dando vuelta, pero hay que bancársela.

Un minuto, pará. ¿Cómo la iba a pasar por alto? Hace un año nada más vi por primera vez la peli 'High fidelity'. ¿Dónde estuvo tanto tiempo esa película, dios santo? Uno pasa demasiado tiempo haciendo pelotudeces y no prestando atención a las cosas que realmente lo alientan a uno, que lo hacen agarrar las llaves de casa, salir y decir 'ahí voy... que corra todo lo que quiera esa chica, que saque ventaja, porque voy por ella con todo lo que tengo'. Pocas veces me sentí tan directa y perfectamente identificado con un personaje en una película como el personaje de John Cusack, Rob Gordon.

Entonces, Casablanca, Studio 60 y High fidelity. Que no pase otra semana sin que vean estas tres joyas y se pongan a pensar verdaderamente en que la aventura también está en nunca parar de buscar esos momentos que son dignos del mejor guión. ¿Ok? Buenísimo...

Buena suerte entonces, vaqueros.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Declaración de Principios

¡Por la aventura!

Ok amigo, la aventura empieza más o menos así. De chico (y no tanto) te gustó Volver al Futuro (R. Zemeckis, 1985), Goldeneye (M. Campbell, 1996), ET (S. Spielberg, 1982), Los Goonies (R. Donner, 1985), Cuenta conmigo (R. Reiner, 1986), Pesadilla en lo profundo de la noche (W. Craven, 1984), ¿Quién engañó a Roger Rabbitt? (R. Zemeckis, 1988), La guerra de las Galaxias (G. Lucas, 1977). Veías He-Man, Thundercats, Alf, Meteoro, Batman (con Macu Mazuca), Los Halcones Galácticos (tratando de adivinar junto al boludazo del niño de cobre). También Brigada A, Mazinger Z, Blanco y Negro; si no ibas al turno tarde disfrutabas de la cancha de 5 Km. de largo de Los Supercampeones, y si tus viejos no te controlaban de noche veías alguna que otra teta en el genial Show de Benny Hill.

Y no sólo te divirtió todo eso, te emocionó. Te sentías entrando a nuevos mundos, mundos prohibidos, divertidos, peligrosos (pero donde indefectiblemente ganaríamos: la chica, el auto, el juego… lo que sea). Te excitaba la mente. Ansiabas vivir esas aventuras, querías vestirte como esos pibes, besar a esa chica y tener esos aparatos que te ayudaran a escapar de las cosas que los padres no sabían que nos pasaban.

Bien. Un día cumplís 18 y, con todo eso que te formó como persona, entrás a una facultad donde te enseñan cine. Lleno de un idealismo e ímpetu a prueba de balas. El primer día del curso introductorio un señor triste y afrancesado pone play en la videocasetera del aula y te muestra El acorazado Potemkin (S. Eisenstein, 1925) y te dice que eso “es el cine” y que “nunca más se volverá a hacer algo así”. ¿Cómo? Pará, pará, pará. Primero, no sabés quien es Sergei Eisenstein (y no tenés porque saberlo a los 18). Segundo, ‘¿y lo que a mi me gustaba de chico no cuenta?’ te preguntás. Sólo vos podrás responderlo. Eisenstein es un genio visual sin lugar a duda, pero el problema no era ese señor ruso que laguna vez jugó tenis con Charles Chaplin. El tema era que los que enseñaban, salvo dos o tres grandes profesores, sistemáticamente (y probablemente, si es que quiero ser sincero, inconscientemente) eliminaban del mapa “a analizar” o “a considerar” todas aquellas películas que amabas (y amás) aun hoy.

La carrera no mejora. Seguís tratando de no caer en la trampa del “cine de autor a rajatabla” que te tienden (como si ET no fuera de autor). Te preguntas si hay que “venderse o no”, si hay que ser como Spielberg o como Godard (¿hay algun enfrentamiento más tonto que haya nacido de las escuelas de cine en la Argentina?), y mientras tanto (si la suerte no es tu fuerte) tus sueños de infancia van muriendo y te convertís en un tipo de 47 a los 22. Vas vestido por la calle como tu profesor de Pensamiento Contemporáneo, en vez de copiarle la onda a Alexander DeLarge.

Escribiendo esto recuerdo a un compañero de clase del primer año. El era fanático de Brian De Palma, pero no le duró. Y, como si ese niño/adolescente que fue no hubiera existido, comenzó a pensar el cine de una manera completamente diferente a la que le era natural. Sacó el póster de Scarface de su cuarto y colgó uno de Sartre y otro de Fassbinder. Y todo esto después de la primera clase de Semiología. Imagínense lo que fue al terminar la carrera y le dieron el título de “director”, ¡la masturbación intelectual creció a niveles insospechados! Luego comenzó a discutir si Woody Allen era o no un intelectual y despotricaba (como iba a ser de otra manera) contra el “cine comercial” (máxima quizás aun más idiota que la Spielberg vs. Godard). Cuando lo contradecís diciendo que el cine debía, por definición, ser comercial, que aburrir es un crimen y que la revolución era llenar las salas y no dejarlas vacías eras tildado de “grasa” y de (aunque no lo crean) “populista”. Estoy seguro que Richard Donner o Alejandro Agresti (por citar dos casos exitosos y bien diferentes) no se consideran a si mismos populistas, sólo por querer llevar gente a las salas. No seamos tontos, el buen cine es buen cine, y el malo, lo olvidás rápido (y aun así, parafraseando a Kubrick: “Siempre hay algo rescatable en todas las películas”). Puede venir de Liverpool, Tokio, Kiev, Rosario o París. Puede ser capitalista puro y duro, progre o comunista a ultranza. Lo importante, lo que emociona, lo que te hace recordar frases enteras de una película, es siempre lo mismo: la historia y sus personajes. Después de todo eso, recién ahí, está el gusto.

Así pasaron esos años hasta que te recibís. Si tuviste suerte y aprovechaste las oportunidades, habrás hecho algún corto, de esos que nadie más que tu madre apreciará, pero que son vitales para aprender el ‘modus operandi’ del cine. Conseguís un hueco y empezás a trabajar en el medio. Conocés a la gente que trabaja, te das cuenta que nadie quiere hablar de Welles o de Coppola, y que a Herzog lo conocen muy pocos. Que es un trabajo como cualquier otro y que te enseñaron muy poco de lo importante y mucho de lo otro. De a poco te das cuenta la clase de pelis que abundan en nuestro país y, atando cabos, te das cuenta que todo es jodidamente difícil; y que las discusiones de la facultad valen lo mismo que el diario de la semana pasada.

Y ahí te encontrás con ese guión, que escribiste con tanto esfuerzo entre trabajo y trabajo. Un guión para una película de terror moderna situada en Punta Lara. ¿Por qué de terror? Porque te gustó siempre, porque hay muy pocas buenas pelis de terror en la Argentina, porque te gusta ver gente sangrando en pantalla, en fin… ¿por qué no? Y si sos de Punta Lara… ¿para qué situarla en Córdoba? Lo tenés todo en la cabeza, la música, el vestuario, los actores. Pero sabés que no tiene nada de social en él (nada en el sentido estricto de la palabra, después de todo, todas las películas son sociales; sino recuerden La noche de los muertos vivos (C. A. Romero, 1968) y vean como una peli de terror puede incrustarse en la discusión racial) y no ves mucha posibilidad de que al Instituto le interese. ¿Entonces? ¡Bienvenido al cine (in)dependiente, amigo mío!

Decidís hacerla por la tuya. Juntás una cantidad de plata que sólo bastaría para pagar el catering de una peli profesional, y te mandás. Tu guión, tus amigos, la cámara (de video, de que otra manera sino), alguna que otra luz que hayas podido conseguir por el camino y una fuerza de voluntad titánica. El mundo es tuyo.

Y así, comienza la travesía. Y (después de todo este panorama desesperanzador) te ponés a pensar. ¿Es posible hacer una peli como aquellas que te hicieron amar el cine? Y la respuesta no es otra que: por supuesto. En todos lados estamos nosotros, tratando (y lográndolo también a veces). Un día la tortilla caerá del otro lado y los críticos escribirán el resto. Si fuera fácil no estaría tan bueno. Pensémoslo así: más cerca estás de lo que amás, mejor sos. Sigamos amigos, ¡por la aventura!